El viento y los indepes, cada uno por su cuenta, actúan con la misma ferocidad. Lo que cambia es el resultado. Mientras que un airazo de 120 kilómetros por hora te arrasa los árboles de la avenida, una declaración de Turull o de Rull te tira abajo la seriedad de un informativo. Eso por no hablar de las apariciones en plan 'Black Mirror' de Puigdemont, que es ya la cara de Bélmez del 'Procés'. Nunca antes un político tan quemado, tan solo, tan absurdo y tan ficcional había ocupado tantas horas de información. El independentismo es un fracaso de la estadística. Pase lo que pase, ya ha perdido.
Al menos en esta primera embestida del siglo XXI. Más allá de las urnas, lo que sabemos del independentismo catalán es siniestro y exuda un punto trilero. Además de delictivo y zangolotino en asuntos de menú carcelario. Lo digo porque escuchar a Rull y Turull en rueda de prensa narrando las bondades de uno al pimpón y las quejas del otro con la comida del trullo es algo que a los seres normales nos afea la conducta. Por escucharlos. Que si una hamburguesa quemada. Que si un menú flatulento.
Imagino que la próxima reivindicación de los independentistas será exigir una investigación sobre los alimentos que se dispensan en la cárcel. Si no lo hacen es que son aún más cínicos de lo que parecen. De momento, Alsina, la borrasca Ana impone en algunas zonas la alerta roja.
Por unos días tendremos algo serio de qué hablar antes de que nuestro equipo político habitual vuelva a ocupar todo el sitio de radios, periódicos y televisiones para repartirse unas elecciones sin programa electoral en Cataluña, pues éstas se van a decidir a las amenazas, a las mentiras y a los falsos futuros. Ya sabemos que hace tiempo que el personal les importamos poco. A casi todos. Eso sí que es una ciclogénesis de la democracia y no la hamburguesita quemada del ofendido Rull. Vaya tropa.