Torra no es un político, sino un tipo con alma de dron, un hombre anuncio, un sujeto de los del “Compro Oro” al servicio del perista chungo que tiene por jefe en Berlín. Parece que no le avergüenza ser el tonto útil y el miembro fantasma de un usurero de la democracia que ha hecho a media Cataluña prisionera de su laberinto. Ciudadanos es el único partido que en este nuevo enroque vuelve a ver posibilidad de sumar más minutos de oro en el show.
Pero lo que urge es que se cierre de una vez el bingo. Miro una imagen de la cara de Torra y leo otro tuit. Ahora no pienso en un verso, sino en una metáfora que me lleva a fantasear con que este sujeto podría ser la reencarnación de uno de los pencos que sirvió de barricada en Barcelona a tres guardias de asalto en julio de 1936, según la mítica fotografía de Agustí Centelles. El nuevo presidente de la Generalitat representa lo mismo que esos caballos percherones sobre la acera: un peso muerto.
Viene con ganas de estropear aún más la realidad de Cataluña, y de paso la del conjunto del respetable. No lo tiene difícil para esa misión. Pero unos cuantos millones de catalanes tendrán algo que decir en algún momento. Es mucho chulear el ir poniendo al frente del Parlament peones sacados del fondo más oscuro de la maleta. Rajoy va a tener que estrenarse en la política cualquier día de estos. Entre otras cosas porque Torra, un supremacista bocinero, viene con el pinganillo de Alemania para mover a la manera de Puigdemont los cubiletes del trilero. Hasta la próxima.