Me dirijo a los haters de Vox sabiendo que muchos no existen porque son bots de invernadero. O porque se esconden en el anonimato. O porque les cuesta trabajo asimilar que su partido sea estrafalario, friqui, ridículo. No es serio Vox, quiero decir. Ni credibilidad tienen sus líderes. No hacen otra cosa que caricaturizarse ellos mismos, entre la gomina, el incienso, la pistola y la reconquista.
Y quiero aclaraos una cosa, queridos voxistas. Cuestionar un partido xenófobo, patriotero, supremacista, confesional, no significa abrazar el sanchismo, ni transigir con el soberanismo ni celebrar el 1 de mayo con el megáfono Iglesias.
Es el argumento más falaz y más habitual de los afines a este partido. ¿Y Podemos qué? ¿Y Puigemont qué? ¿Y las alianzas de Sánchez con el independentismo? Pues reparad en lo que hemos dicho al respecto, en las ondas, en el periódico, en la televisión.
Lo digo porque la tendinitis de bloquear haters viene de antiguo, ¿sabéis?. Si os incomodamos algunos periodistas recordad que ya venimos escarmentados de reacciones como las vuestras. Por eso sabemos que la furia se irá domesticando, hasta que el sistema os amanse.
Y hasta que se produzca el gran desengaño. Que llegará. El populismo ha transitado de un extremo a otro. No es inocuo. Es dañino, pero es efímero y frágil. Porque es agotador para vosotros mismos gritar y gritar vuestros propios dogmas.