Mientras el mundo miraba al funeral de Isabel II en un Londres perfectamente blindado, en Mykolaiv, al sur de Ucrania, cayó un misil a pocos metros de una central nuclear. El ministro ucraniano de energía recordaba ayer que de haber un "invierno nuclear", el problema ya no sería el precio de la electricidad.
Y es verdad que en cuanto volvemos a tener presente el riesgo de una gran catástrofe nuclear en Europa el resto de las noticias palidecen. Tal vez por eso lo comentemos poco, porque si no no tendríamos nada más importante de lo que hablar. Ni siquiera de los detalles de la despedida a The Queen.
Pero a veces son las cosas más cotidianas, no las más graves ni las más pomposas, las que mejor ayudan a entender lo que pasa. El misil que cayó en Mikolaiv no llegó afortunadamente a la central nuclear, pero la onda expansiva reventó unos 50.000 metros cuadrados de las ventanas aledañas. Y como en Ucrania escasea el vidrio es muy difícil arreglarlas. Y se acerca el invierno.
Cuenta el New York Times que esta es una de las mayores crisis a las que se enfrenta Ucrania: la escasez de cristales para reparar los millones de ventanas rotas en los edificios donde se refugia la gente. Suponen la diferencia entre que se mueran o no de frío este invierno. Y aquí morirse de frío no es una expresión.
Y se me ha quedado grabada esta historia del problemón que es para los ucranianos que no haya suministro de ventanas en el país igual que lo que ayer te contó Celia Maza sobre cómo las mantas que usaba la gente para hacer cola en la Abadía de Westminster se van a utilizar ahora para que los más vulnerables tengan con qué taparse este invierno. No sé, después del empacho de símbolos deslumbrantes del funeral del siglo buscaba otros símbolos más modestos que no brillan tanto pero también explican el mundo. Las ventanas y las mantas, por ejemplo.
¿Moraleja?
La historia está llena de espléndidos decorados, pero no nos olvidemos de los que se quedan destrozados.