Porque Blas de Lezo y Olavarrieta perdió un ojo, un brazo y hasta una pierna. No porque fuera un precursor de Juan José Padilla el Pirata, sino porque defendió con su audacia y su cuerpo la plaza de Cartagena de Indias frente al asedio británico.
No hay dudas sobre su inteligencia de almirante, ni sobre su valentía, aunque los motivos de la discordia contemporánea consisten en que el soberanismo le reprocha haber participado del sitio de Cataluña en la guerra de sucesión y en que Santiago Abascal lo ha convertido en máxima expresión de patriotismo.
Por eso incita que se le dedique una gran producción cinematográfica. No le gustan a Vox las subvenciones, pero sí las recomienda cuando prevalece el orgullo nacional. Una película de Estado. Un corolario de Raza.
Ha recaído en Blas de Lezo la maldición póstuma del revisionismo. Y la banalidad del oportunismo político. Y puede que lo que menos se merezca el héroe sea una mala película o un nuevo episodio de biopic hispánico-épica fallida.
Funcionaron en taquilla Juana la Loca, Alatriste, pero reparad en los fracasos que amontonan el Oro de Díaz Yanes, El Dorado de Saura, la Sangre de mayo de Garci, o últimamente, Los últimos de Filipinas.
Si Abascal quiere un pastiche propagandístico que lo financie él con dinero iraní, por ejemplo.
La otra posibilidad es que el personaje le guste a Spielberg.