Camacho ha durado poco en los equipos de los que fue entrenador -en el Madrid, por ejemplo, se marchó antes de empezar- pero se ha hecho como titular indiscutible en el equipo de comentaristas de Mediaset. Y no tanto como observador académico del fútbol o como entrenador experimentado, sino como hooligan perturbador.
Cuesta a veces hasta trabajo entender en qué idioma habla. Y no solo por la dicción, sino porque amontona el lenguaje de interjecciones, calentones verbales, algún exaprupto y todo el repertorio vocinglero que podría escucharse en la barra de un bar.
Dan ganas de pagar la última e irse a casa cuando lo escuchas. Y no te puedes ir a casa porque en casa estás, no ya sufriendo porque Camacho, igual que Ciudadanos, convierte España en Epppaña, sino sufriendo por el propio Camacho. Tienes la impresión de que va a darle algo. Un sofocón. Un colapso, de tanto que se emociona en la cabina de comentaristas.
De hecho, sugeriría a Mediaset que dedique su trabajo a partidos de menos implicación emocional. Perú-Dinamarca, se me ocurre, aunque tengo la impresión de que es premeditado esta idea de convertir la cabina de los comentaristas de los partidos de España en un guirigay de amigotes que te aturden, que apelan a tus instintos y que terminan, menos mal, forzándote a seguir los partidos con el dial de Ondacero.
Se ha estrenado el Var, ya lo sabéis, como procedimiento para resolver las injusticias arbitrales. Si se aplicara para detectar los tópicos de Camacho y de sus colegas, mi televisor ya habría estallado.