Había creado Bravo la suya propia. Una trama y una tramoya que adulteraba partidos. Y que condicionaba los resultados, con la implicación de directivos y de futbolistas. No ya en las categorías menos vigiladas, como la tercera división, sino en la primera división.
Lo demostraría el presunto amaño del Valladolid-Valencia celebrado el pasado. Encajaron dos goles bastante cómicos los locales. Y se clasificaron para la Champions los visitantes. Por eso se investiga al blanquivioleta Borja Fernández. Habría convencido a algunos de sus compañeros para dejarse ir. O para forzar tarjetas, faltas y saques de esquina. Pues la trama de las apuestas se centraba más en el menudeo que en las grandes escenas de sospecha.
Lástima que las precauciones de Raúl Bravo no fueran tan evidentes en el momento de realizar los pagos y los cobros. Llegaban a remunerarse a los futbolistas tramposos con 100.000 euros. La mitad antes de la fechoría, la mitad después, a semejanza de un rito mafioso.
Pero hubo un futbolista que no cumplió con las condiciones. Hablamos de un apasionante Sariñena-Cariñena del grupo 17 de la tercera división. Y de cuánto se delató finalmente Bravo para reclamar al traidor los dineros que se le habían apoquinado.
Fue la pista de la que tiró la policía. Un nota manuscrita que delata una trama criminal y que expone la credibilidad del fútbol. Porque no sabemos si estamos ante un escándalo aislado. O si debajo de la manta hay un nido de serpientes.