Los edenes son una solución antrópica a la que hemos acomodado el paraíso fiscal como un lugar paradisiaco donde no rige la ética financiera. Y donde el capitalismo se despoja de cualquier atadura contingente. Ni presión tributaria. Ni transparencia. Ni control.
No pone límites la imaginación a los eufemismos y las toponimias exóticas que definen estas islas. Eufemismos porque se denominan “jurisdicciones confidenciales”. Toponimias exóticas porque tanto se llaman San Eustaquio -no de Burgundia, Alsina- o Vanuatu, impostándose así una geografía de ensueño que encubre la evidencia según la cual la mitad del comercio internacional pasa por los paraísos fiscales, pero sin necesidad de echarse los barcos a la mar.
Su majestad la reina Isabel II, Dios la salve, extiende su soberanía a un “archipiélago” de enclaves estratégicos en cuyos bancos y tapaderas financieras se disimula una gigantesca actividad económica en situación de privilegio fiscal.
Conocemos mejor los de Bermudas, las Islas Vírgenes y las Caimán. Conocemos menos Anguilla y las islas Turcas y Caicos, aunque todas tienen en común su naturaleza fiscal y política de jurisdicciones confidenciales.
Las definen poéticamente los profesores Cain y Hopkins en cuanto especialistas de la decadencia del imperio. Aquí los tenemos al unísono:
“Mientras se hundía el noble barco de la esterlina, la City se las arregló para montarse en una nueva embarcación mucho más apta para surcar los mares: el eurodólar”.
Y el eurodólar es un híbrido perfecto de la moneda occidental que sintetiza las operaciones trasatlánticas sin deberse a ningún mecanismo de control. Ya lo sabéis: sin tetas no hay paraíso, pero sin tretas, tampoco.