Aquella fechoría deportiva perpetrada en Rusia se ha demostrado un escarmiento para los protagonistas. Quien iba a decirle a Lopetegi que duraría unos meses en el Real Madrid. Y que Florentino lo entregaría al escarnio público como un mártir disuasorio.
Y objetaréis que todavía no ha sido cesado Lopetegi, pero la confianza que se le ha dado en estas últimas horas es la prueba de su inmediato cese, no digamos si el Real Madrid, víctima en casa del Levante, cae el domingo en el Camp Nou. Y lo hace no ya sin Cristiano, sino sin Messi, pues el astro argentino no podrá alinearse con sus compañeros.
Lopetegi no se ha hecho respetar en un vestuario de conspiradores. Ni ha comprendido que Sergio Ramos tiene tatuados sus galones y sus resabios. Era entrañable la apuesta por los jóvenes futbolistas españoles. Y enternecía la ingenuidad con que pensaba Lopetegi sobreponerse a la tuneladora de CR7, así es que el entrenador ya saliente miraba hacia el futuro sin percatarse de que lo iba a devorar el presente.
No ha funcionado la superstición de Bale ni han aparecido los goles de Benzema. La llegada tibia de Courtois demuestra que el problema no estaba en la portería propia, sino en la rival. Y añade un matiz grotesco al fichaje de Vinicius, juguete roto de la cicatería de Florentino Pérez, placebo brasileño del futbolista más odiado en el Bernabéu, y paradójicamente, convertido ahora en la solución mágica a la infalibilidad de Florentino: Neymar.