Lo que sí conseguí fue aprender a reconocer a un poseído. ¿Lo estáis vosotros? Antes de aventuraros con la respuesta, os recomiendo que superéis el test que a mí me enseñaron. Apuntad en un papel. Los oyentes también pueden hacerlo.
-¿Blasfemáis con frecuencia?
-¿Incurrís en obscenidades sacrílegas?
-¿Veis y oís más allá de donde alcanzan los sentidos?
-¿Podéis ejercer una fuerza desmedida?
-¿Os habéis sorprendido hablando lenguas que nunca estudiasteis? No valdría como prueba tararear el estribillo coreano de Gangam Style
-¿Realizáis contorsiones inverosímiles?
Me decepciona el resultado de la encuesta, queridos tertulianos, pero el disgusto no me impide confiaros los métodos de aproximación a Satanás que han suplantado a los antiguos. Sobre todo porque Belecebú está al acecho en internet, en plan cibersatán.
El exorcismo requiere el rango de sacerdote y la autorización del obispo de la correspondiente diócesis. Pero también requiere tratar Satán con un ritual más sobrio y educado que sustituye las estridencias al uso desde 1614.
Menos retórica. Menos adjetivos. Y menos intimidación verbal: no se le debe llamar espíritu inmundo, dragón maldito ni bestia insaciable. Tampoco vale aliviarse y entrar en la habitación mascullando: aquí huele a azufre.
De cuanto yo aprendí, basta llamarlo Cuna del mal, ubicar el extremo de la estola en el cuello. Y colocar la mano sobre la cabeza para poner coto a las turbaciones diabólicas. Dije turbaciones.