Madrid |
No ya porque los adolescentes han convertido sus habitaciones en espacios de hegemonía territorial. O porque las tecnologías les permiten relacionarse con las amistades. Ya lo hacían cuando no estaban arrestados. Y cuando había que obligarles a salir del cuarto con gases lacrimógenos.
Prefieren quedarse en casa, decía, hasta final de curso porque el regreso a las aulas y a la vida pública tiene más inconvenientes que ventajas. Por un lado, las clases, los exámenes, el ritmo académico. Y por el otro, todas las limitaciones de la vida lúdica.
Y no me refiero solo a salir, quedar e intercambiar hormonas, sino a la cancelación de las actividades deportivas. Han quedado suspendidas. Se han aplazado los entrenamientos. No hay partidos. Y serán muy limitadas las condiciones de la vida social. Que si las tiendas cerradas. Que si los cines clausurados. Y las discotecas, claro. Bailar despegados no es bailar.
El adolescente allegado del que os hablo, muy allegado incluso, no refleja un caso excepcional. Muchos de sus compañeros y compañeras participan de una posición parecida. Es verdad que al colegio no solo se acude para estudiar. Y que los centros educativos también preparan para la vida social, la convivencia, la experiencia en comunidad.
Pero como quiera que estamos en una situación temporal, circunstancial, mi allegado adolescente prefiere estudiar en casa y relacionarse con los profesores a través de la pantalla, levantarse un poco más tarde, acostarse a media noche y estimular el oído cuando las noticias mencionan el sueño prohibido del aprobado general.
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