"George Pell, primero arzobispo en Melbourne y ahora en en Sydney, tiene una fuerte aversión a los homosexuales, los fornicadores y los divorciados. Para esta última categoría ha propuesto la aplicación de una tasa destinada al cuidado de sus hijos [se entiende que los hijos de los divorciados) que considera más predispuestos a las drogas y a la promiscuidad sexual".
Ha negado la comunión a los adúlteros y a las parejas de homosexuales.
En 1998 rechazó a 75 de ellas que habían formado una fila en la catedral para recibir en sacramento. Fue en aquel momento cuando decidió a sostener que el humo es menos dañino para la salud que la homosexualidad.
En 2002 fue investigado por pederastia aunque finalmente fue declarado inocente, seguía la crónica de La Stampa. "Otros momentos de embarazo", añadía, "se los ha procurado una prima de segundo grado, Monica Hingston, que fue durante 26 años monja de las Hermanas de la Misericordia y desde hace 19 compañera sentimental de Peg Morgan, que a su vez se hizo lesbiana (sic) después de 35 años de monja franciscana. Mónica escribió una carta a los periódicos dirigida a Pell: "Mírame a los ojos y dime que soy una depravada".
Ay, monseñor Pell, eminentísimo cardenal y número 3 del Vaticano. Claro que hay sacerdotes y obispos y cardenales homosexuales. Como los hay heterosexuales. Y sabrá usted lo que hace con el compromiso de la castidad. Pero abusar de niños, veremos si lo prueban los tribunales, es un gravísimo delito que se llama pederastia y que no tiene perdón de Dios.