Me vais a permitir cambiar la sintonía. Sustituirla por un cuarteto de Haydn que luego se convirtió en el himno de Alemania. Y dan ganas de ponerse de pie. Porque vamos a indultar, meine damen und herren, a Angela Merkel. Que despide. Que se marcha. Y que nos deja huérfanos a todos, no solo a sus compatriotas.
Ha sido ella el aparato motriz y moral de la Unión Europea. Y bien podría haber utilizado la potencia demográfica, cultural y económica de la patria, pero la sobriedad y la clarividencia de Merkel han predispuesto el proceso construcción comunitario frente a los conspiradores.
Y han sido muchos. No ya los euroescépticos, los enemigos comerciales, los rivales geopolíticos, el Brexit, sino la aparición de los caudillos del Este y el brote de la extrema derecha que Merkel ha convertido en límite intolerable y al que ha opuesto su política solidaria con la inmigración.
Honesta, íntegra. Prudente. Inteligente. Democristiana en la mejor acepción ética. Merkel ha fomentado el principio cesión de soberanía. Más Europa, menos estados. Parecía una utopía, pero la pandemia y los criterios solidarios que tanto han beneficiado a España, demuestran que la bandera azul ondea orgullosa en la emergencia.
Se ha humanizado Merkel, tanto como la humanizan sus imágenes en el supermercado y su resistencia a la estética y a la seducción afrodisiaca del poder. Merkel viste siempre igual, heredera del uniforme germano-oriental, no se ha cambiado de apellido, por mucho que fuera el de su primer marido, y ha logrado no que se la perciba como una mujer, sino como una matriarca, como la madre superiora del continente.
Se diría que la feminidad contenida de Merkel ha sido otro mecanismo de supervivencia entre los grandes machos de la política. Recordad esa imagen pasrtoril en el G7 del que fue anfitriona. Parecían Blancanieves y los siete enanitos. Seguían a la Merkel, Obama, Cameron, Hollande, Renzi, reconociéndole su papel de maquinista de Europa, proporcionando a la canciller el título oficioso de la mujer más influyente del planeta. Dije los siete enanitos, pero vista la lista de bajas, hablemos de los diez negritos.
A contracorriente de la política cosmética, no es que Merkel haya logrado estar 15 años en el poder, más tiempo que Adenauer o Kohl. Lo ha conseguido presumiendo sin presumir de un eslogan inconcebible en el manual de resistencia de Sánchez: Hay que ser más de lo que se parece y nunca parecer más de lo que se es.