Porque repugnante es el proceso de blanqueo al que se está sometiendo Arnaldo y sus comadres con la ayuda del compadre Iglesias y con la aquiescencia eventual del PSOE.
Trata de convencernos Otegi de que lidera un movimiento proletario de izquierdas.
Ya cuesta mucho trabajo aceptar que un partido soberanista pueda tener alguna relación con el progreso. Nada más regresivo que la caverna.
Pero lo que es vomitivo y estomagente es que Otegi nos hable de derechos humanos, de solidaridad y de desfavorecidos. Lo hace en sus mítines electorales.
No porque se presente al puesto de lehendakari -está inhabilitado- sino porque es el patriarca de Bildu. Y la referencia carismática e ideológica.
Me parece muy bien que un pistolero regrese a la sociedad una vez purgadas sus fechorías, pero me parece muy mal que la política sea el espacio de redención. Más todavía cuando Otegi quiere convencernos de que los crímenes de antaño forman parte de un relato evolutivo.
Hemos de estarles agradecidos a los verdugos porque la sangre fue la catarsis desde la que ahora pueden lanzarse los postulados soberanistas.
Claro que Bilidu puede evolucionar, perfeccionarse, pero el ejercicio de transformismo se resiente de la obscenidad que supone el hecho de no haber condenado todavía los atentados. Ni haber renunciado al homenaje de los etarras que abandonan la prisión.
Arnaldo Otegi es uno de ellos. Y es el compadre de Pablo Iglesias, el socio con quien pretende organizarle un tripartito al PNV para evacuar a la derechona. Y con quien trata de exhumar los GAL para recordar que las manos del PSOE están manchadas de cal.
Hagamos memoria. No ya para recordar las atrocidades, sino para evocar que el compañero Otegi se fue a pasear a la playa el día que ejecutaron a Miguel Ángel Blanco.