Y eran premonitorias, mucho, de su condición de baronesa de España o de mater dolorosa. Ayuso se ha convertido en la gran antagonista de Sánchez. Y ha encontrado en su desafío al presidente del Gobierno todos los recursos y resabios que ya conocíamos entre los timoneles soberanistas.
El más claro de todos consiste en el victimismo y en atribuirse la representación de todos los madrileños. Presidirnos nos preside, pero esta idea de hablar en nombre de un pueblo nos recuerda sospechosamente el providencialismo nacionalista. No digamos cuando Ayuso atribuye a Sánchez un plan de asfixia económica y un estado de sitio.
Va a terminar diciendo Ayuso que Madrid nos roba. Pero no le vamos a negar su notoriedad ni su protagonismo. Y no solo por las vistas de su apartamento, sino porque la progresía mediática la ha convertido en el Leviatán, en la bicha, en la diana.
Era el objetivo de Sánchez, transformar la gestión negligente de la pandemia en la vieja reyerta de las dos Españas. Y no había mejor lugar para escenificarla que una calle de la zona nacional con nombre de conquistador: Núñez de Balboa.
Sánchez esconde sus vergüenzas en Ayuso no menos de cuanto Ayuso esconde sus vergüenzas en Sánchez. Les conviene a ambos la maniobra de distracción. Porque eluden sus respectivas responsabilidades. Y porque la polarización tanto era el principio fundacional de la legislatura sanchista como es ahora el trampolín político de Ayuso.
Fijaos en la incredulidad con que Feijóo y Moreno observan el ascenso de la mártir madrileña. Tan alto vuela y tanto la estimulan sus costaleros mediáticos que Pablo Casado debería percatarse de la criatura que él mismo ha engendrado. Igual es demasiado tarde.