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Rubén Amón indulta al Black Friday: "Nos convierte en reyes magos de nosotros mismos, aunque sean dos horas"

¿Os vais a adherir a la fiebre del black friday? Como sabéis es este viernes, aunque resulta que la gran referencia totémica del consumo empieza una semana antes y termina una después.

Rubén Amón

Madrid |

Pero el black friday es el día grande, el icono del gasto superfluo, hasta el extremo de que una de las grandes multinacionales españolas factura en dos horas lo mismo que en un mes.

Facturar no quiere decir necesariamente ganar. De hecho, hay negocios que pierden dinero con el black friday. Porque las rebajas hiperbólicas y la maldición del IVA malogran los márgenes de beneficio. Y porque la psicosis del black friday paraliza el consumo que podría realizarse en octubre y noviembre, más o menos como si los consumidores contuvieran los desembolsos para esperar las grandes ofertas del día sagrado, o del día pagano.

Simpatizo con el black friday, ya os lo anuncio, porque me convencen muy poco los argumentos de los detractores. Se observa en ellos una mezcla de moralismo y de anticapitalismo que lleva de la mano al clero y al comunista. Nos advierte el uno y el otro de la inmoralidad que implica el frenesí de las compras. Las consideran poco sostenibles.

Pero no creo que suceda así. Se trata de aprovechar ofertas. El black friday no es obligatorio. Y me gusta incluso su definición derrochona. Al ser humano se le reconoce precisamente por sus preocupaciones superfluas. Las contingentes ya las conocemos. Trabajar, dormir, pagar impuestos, de tal forma que el black friday supone un ejercicio de despecho.

Y puede que no necesitemos precisamente un robot de limpieza ni una moto eléctrica, pero la experiencia de ponerse a comprar delante del ordenador nos pone a salivar y nos convierte en reyes magos de nosotros mismos, aunque sean dos horas.