¿Llegarán a final de mes quienes hacen cola para sobrevivir en los comedores sociales? Pobreza, se llama pobreza.
Cuesta trabajo utilizar el sustantivo, pobreza, no ya en comparación a la que padecieron nuestros abuelos, o en relación a los países contemporáneos que la comparten en grado extremo, pero las diferencias cuantitativas y cualitativas no contradicen el empobrecimiento de la sociedad española ni la protegen de las situaciones límite que están normalizarse estas semanas.
Es la razón por la que ya se han organizado comedores sociales, campañas de recogidas de alimentos y operaciones de abastecimiento a las "clases desfavorecidas". Definirlas así resulta mucho más analgésico y abstracto de cuanto resultaría familiarizarse con una realidad mucho más incómoda, más todavía cuando la anomalía española de la economía sumergida concierne el bolsillo congelado de tres o cuatro millones de personas: ¿cuántas familias españolas, emergidas o no, pueden resistir a la nueva hibernación?
Las interrogaciones sugestionan la proliferación de los llamados hurtos y robos famélicos, es decir, aquellos que se realizan por razones de supervivencia y que conciernen a la sustracción de los productos de primera necesidad.
Nuestro código penal es indulgente con ellos, como lo fueron antaño el derecho germánico y hasta el canónico. Aquél dispensaba del calabozo a las mujeres embarazadas porque se privilegiaba la salud del embarazo, mientras que la Iglesia suspendía excepcionalmente el séptimo mandamiento en solidaridad con los necesitados.
"Robar para comer" no sería robar en sentido estricto. Y no es que vaya convertirse España en un país de asaltos cotidianos a supermercados y de escaramuzas en tiendas de alimentación, pero sobreviene un periodo de angustiosa precariedad al que no se puede poner remedio con las homilías paternalistas de Pedro Sánchez.
El Roto pudo haber ido más lejos. No es que muchas familias no vayan a llegar a final de mes de mayo ni a la mitad. Es que ya no llegaron el 31 de marzo.