Madrid |
Encontrándonos en Málaga, como nos encontramos, y siendo esta tierra, como lo es, tierra de artistas, procedo al indulto de Carlos Álvarez, primera figura planetaria de la ópera y buen amigo desde hace tres décadas.
No es que lleve la cuenta. Es que he tomado conciencia del tiempo porque hace unos días vino a representarse en Madrid una zarzuela de Sorozábal, "La del manojo de rosas", con algunos de los artífices que estrenaron el estupendo montaje de Emilio Sagi en 1990.
Y Álvarez estaba entre los debutantes, tanto como yo formaba parte de los periodistas precoces. Precoces que no prodigios, en mi caso. Y prodigio que sí precoz en el caso de Carlos, barítono malagueño y protagonista de una presentación que conviene evocarse como se debe.
"Qué tiempos aquellos qué tiempo perdido, qué tiempo querido, qué pronto se fue", nos dice otro pasaje de la zarzuela, pero he de decir que la plenitud en que se encuentra Álvarez es un remedio a la nostalgia y a la añoranza.
No tiene razones el cantante para ahogarse en el reloj de arena. Ni sucumbió tampoco cuando estuvo a punto de quedarse sin voz. Le operaron de las cuerdas vocales, que es como si a Nadal le amputan el brazo izquierdo o como si al alcalde de Málaga le dicen que no se presente.
Treinta años han pasado. Los mismos que tiene Onda Cero, para entendernos. Y que pueden celebrarse entre Málaga y Madrid porque La del manojo de rosas siempre termina volviendo.