Carlos Galván, decía. Fue novillero. Se recicló como mozo de espadas. Y luego organizó su propia sastería de toreros en Fuenlabrada. Allí se trabaja con telas nobles, las sedas por ejemplo, e hilo de oro. Y se conciben prodigios de artesanía.
Y no solo de artesanía. Porque Carlos Galván ha reconvertido el taller de los vestidos de luces en una comuna para fabricar batas y prendas sanitarias. Se ha hecho mandar patrones. Y ha reclutado costureras profesionales y voluntarias para confeccionar las partidas.
Me gusta mucho esta idea de convertir la sastrería de toreros en sastrería de médicos y enfermeros. No porque estos últimos se estén jugando la vida, que lo hacen. Y las cifras lo demuestran. Sino porque las telas poseen superpoderes.
Aparentemente son iguales a cualesquiera otras, pero a los toreros les hacen sentirse más seguros. No llevan protección alguna. Sí contienen a cambio una protección simbólica, aunque Carlos Galván va a ceñirse a los colores más sensibles a la profesión médica.
El blanco, el azul y el verde, aunque no estaría demás que concibiera algunos ternos de gran poder, purísima nazareno y espuma de mar. A nuestros médicos y enfermeros. A nuestras doctoras y enfermeras hay que revestirlos y revestirlas de una liturgia.
Exponen sus vidas a expensas de salvar la de los otros.