Madrid |
Querido vecino chino, debe sentirse usted contrariado por el histerismo que sacude nuestras ciudades y barrios. Estamos en la era de la información, pero nunca hemos abandonado la era de la superstición. Y reaccionamos ante la abstracción del brote enemigo con procedimientos tan entrañables como agotar las mascarillas de las farmacias.
Esta ternura no tendría mayor relevancia si no fuera porque se acompaña de otras medidas preventivas a caballo del absurdo y de la xenofobia. Como quiera que el coronavirus es de origen chino, anteponemos el adjetivo al sustantivo. Y convertimos al chino en objeto de sospecha y de suspicacia. Habrá notado usted menos afluencia en sus negocios.
Y le habrá sorprendido el ridículo de nuestras televisiones en Usera. Que es el barrio chino más poblado y popular de Madrid. Y el lugar donde nuestros aguerridos periodistas han instalado la unidad de crisis mediática. Les preguntan a ustedes qué tal están. Y se lo preguntan a los vecinos madrileños, como si estuvieran en medio de una epidemia letal.
Puede ocurrir que se desate una campaña de xenofobia a los alemanes porque el primer caso en España lo aporta un alemán, pero un alemán es más difícil de identificar que un chino. O que un oriental. Tanto generalizamos la categoría de chino que se la aplicamos a cualquier sujeto de procedencia asiática. Ya lo estoy viendo: pavor a la fiebre amarilla.
Quiere decirse que la enfermedad existe. Y que China parece estar escondiéndola con su falta de transparencia. Pero la epidemia verdadera es la histeria, la psicosis. Y la relación entre el virus y su origen, como una maldición territorial.
Querido vecino chino, ya disculpará usted el ridículo. Nos cruzamos de calle cuando uno de ustedes estornuda. Y hemos dicho a nuestros niños que ni jueguen con los suyos en el recreo. Por eso le digo que vivimos en la aldea global. Pero aquí importa mucho más el sustantivo que el adjetivo. Somos una aldea antes que global.