Madrid |
Delatores son cuando denuncian a un vecino porque no sale a aplaudir a las ocho. O porque no se adhiere a la cacerolada de las nueve, vaya a usted a saber. Esta crisis saca lo mejor de nosotros. Que es la solidaridad. Y lo peor, que es la delación del comportamiento que no consideramos adecuado.
Y no me refiero a callarse la comisión de un delito o de una actitud vergonzosa. Eso es obligatorio. Nuestra salud está en juego y no puede jugarse con los comportamientos temerarios. Me refiero a la delación en sentido más vergonzante.
Denunciar a un vecino que lleva al perro más lejos de lo que debía. Denunciar a un vecino que no se ha puesto guantes en el supermercado. Denunciar a un vecino que no lleva encima el tique de la compra. Y aprovechar, en definitiva, el estado de excepción para adjudicarse el ciudadano prerrogativas para-policiales que no tiene ni se le reconocen.
Hay delatores que escriben notas en el ascensor. Y que se valen del anonimato para desenmascarar al vecino heterodoxo. Heterodoxo puede querer decir, por ejemplo, que no le guste el himno del Dúo Dinámico. Y que no participe del ritual de los balcones.
Hay vecinos que se convierten en espías. Y que entretienen el entretenimiento entreteniéndose en sorprender al vecino poco cumplidor. Hay una España de balcones, generosa y solidaria. Una España de visillo, cuyo voyeurismo se ha desbocado en una tarea sobrevenida de policía secreta y justiciera que nos parece intolerable.