Madrid |
Puede recurrirse a cualquiera de ellos para sostener una posición y la contraria. Para esconderse. Para justificarse. Para eludir la responsabilidad. O para vanagloriarse. Lo hace nuestro Gobierno sistemáticamente.
Los mismos expertos que bendijeron las aglomeraciones del 8m son los mismos que ahora han aconsejado cerrar el país. Y no es culpa suya la contradicción, pero sí es responsabilidad del Gobierno atribuir a la abstracción de los expertos las decisiones más impopulares y los mayores errores.
Hay un libro de Philip Tetlock que los tiene muy calados, a los expertos. Ha estudiado sus predicciones, profecías y cálculos en grandes términos estadísticos y cualitativos, para terminar concluyendo que el acierto de los expertos equivale al resultado que proporcionaría el azar.
O sea, que los expertos aciertan tanto como se equivocan, probándose, por añadidura, que existe una inquietante relación inversa entre lo bien que los expertos creen que están haciendo su trabajo y lo bien que realmente lo están haciendo. Muchas veces esclavos de un aforismo de George Eliot: "De todas las formas de error, la profecía me parece la más gratuita".
Ponga, pues, un experto en la mesa. El Gobierno lo hace continuamente. Y no se trata de desconfiar de los expertos, sino de desconfiar de un Ejecutivo que los utiliza como chivos expiatorios, de tal manera que igual sí tiene razón el profesor Rodríguez Braun cuando dice que el chivo expiatorio es el mejor amigo del hombre.