Es la evidencia de la victoria del señor del fútbol, o del señor del fúrbol. Podrá objetarse que finalmente lo ha detenido la Guardia Civil, pero 29 años de impunidad y de inmunidad identifican, en realidad, un placidísimo reinado y expone de manera embarazosa la complicidad del sistema.
La versión del Gobierno recrea la confianza del estado de derecho y plantea que el que la hace la paga, pero no hacía falta esperar a la presunta vulneración del código penal para que a Villar se le hubiera neutralizado. Ahora sabemos que es un presunto delincuente. Y que dirige la Federación Española de Fúrbol como una organización criminal, pero ya podía haber clausurado el latifundio que había organizado. Nepotismo. Tráfico de influencias. Amaños. Pucherazos. Sobresueldos.
La transparencia y la vigilancia tendrían que haber malogrado la carrera de Villar mucho antes del pasado martes. Y no hablamos solo de este gobierno, sino de la connivencia de los anteriores. Y de la habilidad con que el mudo Villar había logrado encubrirse en el éxito de nuestro fútbol, como si hubiera marcado él el gol de Torres en Viena y el de Iniesta en Durban.
Aquí la cuestión no consiste en celebrar, pues, la noche oscura del villarato, sino en avergonzarse del tiempo que ha logrado prolongarlo. Porque Villar, como Gadafi, ha muerto de viejo. No lo olvidemos.