Y me refiero a Ángel María Villar, presidente de la Federación española de fútbol desde hace casi 30 años, muchos más de cuantos Ana Blanco lleva presentando el telediario. Y nueve menos, es verdad, de cuantos suma en el cargo Sánchez Gordillo como alcalde de Marinaleda. Hablamos de 1988. Hugo Sánchez fue pichichi aquel año y se estrenó “Un pez llamado Wanda”.
Desde entonces han elegido al mudo Villar siete mandatos más, el último el lunes, revalidando la doctrina del silencio no como la prescribía San Bruno, sino desde los criterios de Omertà vigentes en la actividad mafiosa.
Abdican reyes, dimiten papas, pero Villar resiste con el empeño de un sindicalista. Hasta se ha retirado Cándido Méndez. Resite y crece, pues ahora desempeña la presidencia en funciones sin funciones de la UEFA. Ha sido inhabilitado su jefe, Platini, y ha sido suspendido el papa Blatter, de forma que Villar permanece inmune al virus de la corrupción.
La investigación alcanzaba a su propio hijo, Gorka, pero nuestro presidente logra regatear las imputaciones. Quizá porque el FBI no considera suficientemente acreditada su sofistificación intelectual. Como le ocurría al alter ego de Woody Allen en Granujas de medio pelo.
Villar es el cerebro, la mente, de nuestro fútbol y del fútbol mundial, o del furbol, como él mismo matiza, pero dejaremos de reírnos cuando lo proclamen presidente de la FIFA y le entregue a Putin el título de campeón del mundo.