Y Cádiz adquiría, o parecía hacerlo, la simbología de una tierra remota y exótica, cuando no norteafricana, aunque Inés Arrimadas, hija de padres castellanos, nació exactamente en Jerez de la Frontera. Suficiente para imaginarla a lomos de un caballo cartujano. Y de retratarla como una contrafigura nauseabunda del orgullo indígena en el imaginario del dogmatismo indepe.
No habría que escandalizarse ante la eventualidad de una presidenta andalusí. Montilla, por ejemplo, desempeñó el cargo máximo "pese" a haber nacido en la Córdoba romana y mora, aunque es cierto que el líder socialista ejerció de hooligan converso mucho más de cuanto lo hace Arrimadas en el mascarón de proa del galeón naranja.
Es ella una encarnación maléfica y enciclopédica de la idiosincrasia maldita que habita la otra orilla: urbanita, cosmopolita, pija, europeista y hasta liberal. Una monstrua españolista. Y la marca blanca del PP, más por la tez que por la ideología.
Decidió militar en C's cuando una amiga la llevó a un mitin de Rivera, en la Epifanía de la verdad revelada. Y ahora es Albert Rivera quien necesita a Arrimadas para edulcorar su imagen de delfín de Aznar en este gran circo de fieras.
Una de ellas, el cómico Toni Albá, le llamó mala-puta. Demostrándose un nerviosismo en la grey indepe que predispone el camino de un inaceptable escarmiento electoral: Ciudadanos cañí podría ser la primera fuerza política de Cataluña.
Es el premio a la constancia y la valentía de Arrimadas en tierra hostil y en el antisistema catalán- El castigo consiste en que nunca gobernará.