Y no porque lo sea, sino porque el extremismo de los indepes hace resaltar a los indepes que todavía mantienen algún vínculo con la realidad. Y en el caso de Mas, la realidad es la multa que tiene que sufragar por el pucherazo del 9N. Que van a embargarle sus bienes. Y que no le alcanza la colecta, pues de momento apenas ha satisfecho 2,2 millones de 5,2 pendientes.
Y no digo que tengamos que proporcionarle en este programa una fila cero. Por muy buena que sea tu relación con él, Alsina. Siempre te llamó Don Carlos. Y te proporcionó titulares pintureros, como cuando dijo que nunca dividiría a la sociedad catalana.
Hay que joderse con el profeta, pues fue Mas realmente el profeta de la independencia a título providencial. Vio la luz desde el helicóptero que utilizó para trasladarse al parlament. No podía hacerlo en coche porque iban a zarandearlo. Le recriminaban los recortes, la crisis económica, los escándalos de corrupción.
Y percibió entonces, desde los cielos, que a las masas se las podía anestesiar con una causa mayor a cualquier otra: un país nuevo, una tierra prometida, no los paísos catalanes, sino los paraísos catalanes.
Y de aquella revelación no han hecho que amontonarse las novedades. Ha desaparecido Convergencia, manda en el parlament un comando trotskista, huyen los bancos, se abre el Ebro como el mar Rojo, y Arturito, así se le conoció de zagal, contempla con asombro su fechoría.
Y se distancia de ella con una sensatez y con una cordura que se antojan ahora inaceptables para su marioneta. Pues Puigdemont ha roto los hilos de su mentor y se ha propuesto demostrarle a Mas que la independencia no es tanto una bola de nieve como una avalancha.