Depende de la inocencia o de la lascivia de la mirada, del observador. Y ha debido predominar la segunda posibilidad entre los mojigatos promotores de una iniciativa que pretendía sacrificar la obra de Balthus de los visitantes del Museo. Se supone que para preservarlos de la tentación de Lolita. Y para introducir en el arte la antigua tentación de la censura.
Estamos en los tiempos del oscurantismo. Y no sólo por la reaparición del más rancio y antiguo puritanismo, sino porque una cierta progresía se ha adherido a las campañas de buenismo, de corrección y de ortodoxia que despojan el arte, las artes, de su naturaleza provocadora, de su poder transgresivo y de su territorio de excepción.
Intentaron suspenderse en un teatro de Nueva Zelanda las funciones de "Carmen" porque alojaban una explícita apología del tabaco, del mismo modo que Shakespeare se arriesga a desaparecer de la escena porque su Otelo representaría una apología de la violencia de género. ¿O no sucede acaso que Desdémona muere ahogada con sus manos.
Insisto en Otelo porque la vida que adquirió en la ópera de Verdi lo ha expuesto a un proceso de blanqueo. Tanto en NY como en Londres se decidió no pintar su cara de negro. Quería hacerse una estúpida pedagogía social para no identificar el color con el crimen.
Esta es la sociedad de la tolerancia, señores. O de la extrema intolerancia, pues estamos en el umbral que conduce de retirar pinturas incómodas a empezar a quemar libros y brujas.