Así que ha llegado la hora de hablar de Berlusconi. No es candidato porque está inhabilitado por un delito de fraude fiscal, pero sí ha adquirido un papel patriarcal en la campaña. Como dueño de Forza Italia, como estímulo populista de una coalición que incorpora el movimiento xenófobo de la Liga Norte y como padrino del candidato Antonio Tajani.
Tiene 81 años el Cavaliere. Y lleva 34 en la portada de la política italiana, de forma que empieza a demostrarse el diagnóstico que le hizo su médico de cámara, ya fallecido. Desde el punto de vista técnico, Berlusconi es casi inmortal.
Y desde el punto de vista político, es indestructible. Puestos a vencer, ha vencido su batalla histórica con la alopecia. Dentadura blanca. Viagra azul. Y hábitos desconocidos en su ejecutoria. El vampiro se ha hecho vegetariano. Y se retrata amamantando con un corderillo.
No renuncia el Cavaliere a su imagen de fertilizador. Es un señor muy mayor, pero alardea de una novia a la que saca medio siglo como persevera en su machismo y en su galanura, aunque el rasgo más inquietante de la senectud de Berlusconi es su xenofobia. Relaciona al extranjero con la delincuencia. Y promete expulsar a 600.000, aunque puede que el mayor banderín de enganche con la ciudadanía sea una tasa impositiva común del 23%.
Le beneficia a su imperio de 7.000 millones de euros, pero Berlusconi siempre ha entendido la política como la manera de evitar la cárcel e impulsar los negocios. Un magnate que apareció en la caída del sistema político italiano y al que habrá que reconocer haber sido Donald Trump antes de que Donald Trump existiera.