No cabe mayor profanación de la estirpe ni mayores razones para que el generalísimo se remueva en su mausoleo. Franco que atropella a la autoridad. De noche. Con las luces apagadas. Y escapando de sus fechorías de cazador furtivo. Sucedió cerca de Calamocha, provincia de Teruel, quizá para rebuscar en el humor negro de Luis Buñuel, sin menoscabo de Berlanga, tal como demuestran las grabaciones de la radio patrulla divulgadas estos días por nuestros compañeros de Espejo Público.
Objetó el cazador furtivo durante el juicio que él no conducía el coche. Y que lo hacía uno de sus empleados rumanos, pero la teoría del chivo expiatorio -el mejor amigo del hombre, como diría Carlos Rodríguez Braun-no ha convencido al tribunal de Teruel donde se ha sustanciado el caso.
Sorprende la condena al nieto del generalísmo a los 63 años. Y lo hace después de haber logrado ejercer la cacería furtiva durante décadas, hasta el extremo de que le gustaba prodigarse -cuentan algunos allegados- en los montes del Pardo. Cerca de donde residía el abuelo, pues ya dice un aforismo mafioso que la serpiente es un animal de territorio.