Le concedo en primer lugar el mérito de acartonar ese peinado ondulado, como si fuera el oleaje mecido del Mar Rojo. Y no cito caprichosamente aquellas aguas, porque bíblicas son. Y porque Serrano se desenvuelve con majeza en los antiguos y nuevos testamentos.
Por eso no protagonizó un discurso. Ofició una homilía. Y de haber sido posible, la hubiera pronunciado de espaldas a la feligresía, en sentido preconciliar, más todavía cuando el parlamento andaluz se aloja en la Iglesia del antiguo hospital del Cristo de las Cinco Llagas.
Tranquilidad. Serrano ha venido a sanarlas. España supura por la inmigración, la seguridad, el sentir patriótico, la familia y el descreimiento. Y por eso ha de agradecerse la cruzada, literalmente, que ha emprendido el portavoz andaluz de Vox, devolviendo a la política la solemnidad del púlpito y la condena a los herejes.
Huele a colonia bendita Serrano. Tiene ademanes curiles, sí señor. Y tanto le incomoda hablar de sexo y de sexualidad, que prefiere hablar de seso y de sesualidad, como si el sacrificio de la X, tan común entre los mojigatos, opusiera la razón, los sesos, a los instintos.
Dios, patria y familia. Ahí tenéis la trinidad de Serrano. Y la irrupción de un partido parroquial, de coros y danzas, medieval, que reivindica la España de la Reconquista. Después de Cristo. Y antes de Darwin.