De la ficción a la realidad, la reina de Inglaterra persevera ajena por completo a la epidemia de las coronas europeas. Inglaterra no es exactamente Europa. Ni Isabel II es una reina cualquiera. De hecho, su forma de aferrarse a la corona se relaciona con la concepción divina de la monarquía, siendo, como es, jefe de la iglesia anglicana y desempeñándose como una figura sobrenatural, desde la liturgia y desde el convencimiento.
Pensamos que la campechanía -ya me entendéis- acerca la monarquía al pueblo.Y es un error que confirma Isabel II. Mayor es su boato, su fortuna, su noción teatral, más la quieren sus súbditos. Y más cerca la sienten.
No abdica Isabel II porque los reyes británicos no abdican. Hubo uno, es verdad, su tío, Eduardo VIII, que lo hizo en una crisis pasional, pero la excepción es una manera de perseverar en la regla de la dedicación vitalicia, con más razón cuando la dimensión imperial de la corona trasciende ésta o aquella coyuntura política. Isabel II es la Jefa de la Commonwealth. La reina de Papúa Nueva Guinea y de Belice, de las Islas Solomon y de Jamaica. Y de Barbuda y Antigua, con perdón.
No abdica Isabel II por la ausencia de un heredero idóneo. El príncipe Carlos es un disidente político. Carece del sentido de la neutralidad. Tanto llama a Putin Hitler como convierte la cría de los esturiones en una prioridad de Estado.
Puestos a abdicar, Isabel II abdicaría en su nieto, siempre y cuando su hijo abdicara antes de ser rey.Que es posible. Me refiero a que en Gran Bretaña no hay debate sobre los pormenores constitucionales porque no hay Constitución. Prevalece la tradición y la jurisprudencia.
Y permanece como principio fundacional la noción sagrada de que los reyes no abdican, como no lo hacían los papas hasta que Benedicto XVI puso en aprietos la perseverancia de Isabel II en su proporción metafísica: Dios salve a la reina.