Fijaos. Han llegado a gritarle "Viva España". Y tengo entendido que sucedió por la espalda. Habrá que observar con atención las cintas del sistema de vigilancia. Se le acosa a Sánchez con eslóganes patrióticos. Y han llegado a ponerle en la ducha y sin jabón un estribillo de Manolo Escobar, restregándole la canción protesta en esta insportable experiencia entre rejas.
Con razón pide el traslado. No ya de este módulo cruel y despiadado donde algunos hombres llevan tatuado en el biceps el escudo del Real Madrid -¿os dais cuenta?-, sino de España misma. Por ejemplo, una expatriación a la República de Cataluña. Que ha sido proclamada mientras él expiaba en Soto del Real -la cárcel de Bárcenas, de Mario Conde, qué vergüenza- su heroísmo libertario.
El mismo había robado la bandera de España del palacio de Generalitat en 1998. Y se atrevió a pisotear hace unos días un coche de la Guardia Civil. Proezas biográficas que la muchachada de la ANC agradece, pero igual menos de lo que esperaba el Jordi.
La cárcel se la está comiendo Jordi sin otra compañía que el otro Jordi. Y se le está sometiendo a una brutal tortura psicológica: tortilla española, queso manchego, cocido madrileño. Literalmente, ha declarado que está harto de, abro comillas, "la matraca del tema independentista", como si él no llevara una década restregán-do-nos-la en libertad.
Y como si le pareciera excesivo que la prisión de Soto desempeñara un espacio compensatorio de justicia poética. Habría que ver a Jordi Sánchez en una pentitenciaría brasileña, en un presidio chino, en una cárcel de Sudán. Nadie le gritaría Viva España, desde luego, pero igual estaría empalado en la zona de recreo.