Allí se hizo carne el misterio. Y sobrevino el reencuentro del gurú con la feligresía, igual que hacía Osho con su secta de hipsters y de hippies. Dos años casi sin aparecérsenos. Y muchas más razones para perseverar en la fe. Porque José Tomás cada vez torea menos y cada vez torea mejor, como si la ausencia fuera la mejor manera de hacerse presente. Y como si la idea del torero ermitaño predispusiera el camino de la esencialidad.
Y se nos volvió a aparecer. Vertical, solemne, introspectivo, melancólico. A veces parecía una estatua de tanto que atornillaba las zapatillas. Y otras se desenvolvía con la arrojo de un soldado espartano. El placer y el poder. La danza y la guerra compaginó José Tomás en la Masadá de Algeciras. Pues se halla la plaza en la cima de una gran escalinata. Y subirla la subíamos como quien asciende a observar proezas extraordinarias.
No hay televisión que pueda documentarlas porque José Tomás no se deja televisar. Ya decía Rafael de Paula que el Espíritu Santo no aparece en la pantalla. Y sí lo vimos aletear en Algeciras, no sólo para dicha de Jota Te, sino para alborozo de Miguel Ángel Perera, cuyo papel de comparsa se transformó en el de iluminado, hasta el extremo de indultar un toro.
Así de bien lo pasamos en Algeciras. No soy fetichista, pero he conservado la entrada. Porque no parece una entrada, sino un billete de curso legal. Y la imagen de José Tomás parece la de una figura histórica, sin duda alguna porque una figura histórica es.