Dices Rajoy tres veces delante del espejo y se te aparece.
Sigue siendo Rajoy la encarnación del infierno opresor, pero nuestra indultada del día empieza a hacerle la competencia. Me refiero a la jueza Lamela, estrella a su pesar del escalafón y protagonista del auto.
Protagonista del auto, decíamos, que mandó a prisión preventiva a los Jordis, a Junqueras y a siete consellers de la Generalitat. Porque podían fugarse como hizo ya medio Gobierno. Y porque podían seguir cometiendo los delitos por los que están encausados.
Podrá discutirse el criterio de la jueza en sentido técnico, jurídico, pero a la señora Lamela se la ha sometido a la refriega política e ideológica. Y se la intenta extorsionar con chantajes de toda índole. Que va a provocar la iracundia de las calles. Que va a forzar la ruptura de Cataluña y España y de Europa. Y que va a crear una galería de mártires.
Tiene mérito sobreponerse a semejantes presiones. O no tiene ninguno, pues la jueza Lamela, no adscrita a ninguna asociación de jueces ni a ningún club de petanca, se ha puesto los guantes de látex, se ha abstraído del ruido que la rodea en su cámara hiperbárica y ha estudiado los crímenes que se le amontonan: sedición, malversación, prevaricación, rebelión y desobediencia.
No soy jurista. Pero no me parece que se hayan robado unos caramelos en la tienda de chucherías. Y sí me parece que la separación de poderes y el imperio de la ley no pueden someterse al oportunismo de la agenda electoral. La democracia no es tan barata.