Suele ocurrir en la estación húmeda, cuando las criaturillas comienzan a relacionarse. Se tocan, intercambian las feromonas. Se excitan colectivamente. En solitario se morirían de hambre porque los recursos del desierto se han terminado. Colectivamente, en cambio, pueden satisfacer el apetito gracias a una suerte de disciplina gregaria.
Ocurre que las langostas del desierto, o CDR, que un día eran amarillas, adquieren un terrorífico e intimidatorio color rojo. Desarrollan los 'músculos' mandibulares. Y se transforman de tal modo que, de la noche a la mañana –literalmente-, les aparecen las alas para volar y se transforman en pequeños vampiros.
Semejantes atribuciones les permiten formar un ejército aéreo. Pueden recorrer 100 kilómetros al día. Y se desplazan en cifras extraordinarias, de modo que la plaga devasta los campos y los cultivos entre Níger, Malí y Mauritania, incluso Egipto, cuando no Tractoria.
Una máquina de guerra. Una marea incontrolada e incontrolable. Un fenómeno de la naturaleza cuyas dimensiones misteriosas -¿por qué cambian?, ¿quién manda al grupo?, ¿qué instintos subyacen?- todavía mantienen absortos a los grandes entomólogos del planeta.
No, no hemos enloquecio. Ni estamos en el National Geographic. Estamos tratando de explicar la mutación del CDR. Recordando que somos animales. Por si hubiera dudas