Del Ejército hablamos. Y de la posibilidad de restaurar el servicio militar. La mili, en su abreviación inversamente proporcional a los disgustos, escarmientos y frustraciones que provocaba. Porque te interrumpía los estudios. O porque te condicionaba la búsqueda de un trabajo.
Fueron los motivos por la que la jovencísima generación que represento recurríamos a la objeción de conciencia o a los litigios de papeles con el Gobierno militar. El filibusterismo te permitía ganar tiempo.Y ahuyentar la llamada a filas cuando cruzabas el umbral de los 30 años.
Estas maniobras -dije maniobras- de deserción me inhabilitan ahora para recomendar su restauración. Pero lo hago porque el contexto social es distinto. Y porque el presidente Macron se ha tomado al pie de la letra el pasaje más asambleario de La Marsellesa.
A las armas ciudadanos, formad los batallones. Y defendeos vosotros mismos, no porque el estado se abstraiga de las tareas de protección, sino porque el terrorismo de proximidad, doméstico, invita a que la ciudadanía disponga de mecanismos básicos de autodefensa.
Es una de las razones que ha esgrimido Macron y que ha se estila en países tan progres como Noruega y Suecia, aunque el regreso de la mili también obedece a crear un vínculo de cohesión y de identificación con los ciudadanos. No para hacernos hombres ni mujeres y viceversa, sino para entretejer los vínculos de una sociedad poco propicia al compromiso colectivo.
Difícil va a ser que haya acuerdo en España. Ni siquiera para desmentir a Aznar, que retiró a mili obligatoria en 2001. Recordad que Pedro Sánchez llegó a considerar suprimir el Ministerio de Defensa -qué visionario- y que la política peace and love de Podemos recela del Ejército como de la Iglesia, pese al apellido de su líder.