Observarían en esta criatura angelical de 13 años la encarnación del Maligno. No ya porque la ceremonia reflejaba la vitalidad del linaje regio, sino porque conspiraron todos los demás símbolos de los que abjura la progresía, un aparato castrense y religioso que celebraba el primer centenario de la coronación canónica de la Virgen de Covadonga.
Y se templaron las gaitas. Y se emocionó la reina Letizia en una concesión poco habitual a las emociones, de forma que Pablo Iglesias pensaría que la sagrada familia de los Borbones, reunida en la celebración de la reconquista con tantos fotógrafos como incienso, era más bien la Familia Monster.
Están bajo asedio los Borbones. Y representa la infanta Leonor sin pretenderlo la pureza y el porvenir de la estirpe como contrapoder de los vientos regicidas.
Un papel de resistente que desempeña ella con disciplina y precocísima profesionalidad, pero que también impresiona y sobrecoge a quienes observamos las obligaciones prematuras de una criatura fuera de lo normal porque ella no es de las niñas que sueñan con ser princesas, sino de las princesas que sueñan con ser niñas.