Y más familiar os resulta la capacidad absorbente de un juego gratuito y universal -no tan gratuito en la letra pequeña- que ha transformado los hábitos cotidianos de vuestros hogares. Si es que tenéis un hogar. El lado bueno es que la muchahada no se pervierte con el alcohol y las drogas. Los tenéis en casa controlados. El lado malo es la alienación. O son las ojeras. O la adicción. Para quien no me entienda, el Fortnite, escrito Fortnite, es un juego de gráficos precarios y de factura de cómic que consiste en una prueba de supervivencia paramilitar. Cargarse a los enemigos con un amplio arsenal de armamento. Y conectarse con amigos para formar escuadrones.
Hablan los chicos -es un jugo más masculino que femenino- entre sí con sus auriculares y micrófono. Y retumban las paredes de la habitación como si estuvieran ensimismados en una misión real, hasta el extremo de que dan ganas de personarse con un botiquín. Es una fase del proceso de ludo-dependencia. Porque terminado el juego, sobreviene la fase de preparación, de aprendizaje.
Y ves al niño y al no tan niño conectarse a youtube para ver cómo juegan otros. Descubrir trucos, subir en la escala de reputación, pues van ascendiendo de nivel y consiguiendo mejores armas y recursos para el combate. Que si una scar, un rpg, un lanzaventosas una granada de impulso o un bidón de plasma o la mítica bomba boogie. Os presento a Ninja, un maestro universal
Te entiendo, querido progenitor, si piensas que tu hijo se ha ido al frente. Si lo has perdido. Si las cosas que antes compartías han quedado subordinadas al puto juego. Y te entiendo todavía más si te autoengañas pensado que estos juegos no fomentan la violencia, la canalizan. Y no aíslan a los muchachos, porque se relacionan entre sí, No te hagas ilusiones. El Fortnite es la forma con que te excluyen y te aíslan. Y pensabas que iba a pasar de moda, pero aquí el único que pasa de moda eres tú. Lárgate pringao.