Declarará, en definitiva, que no tiene nada que declarar. Y que su silencio no proviene de las reglas o de las leyes de la omertà, sino del derecho que le asiste en su propio laberinto judicial.
No tiene por qué hablar de los casos de corrupción en los que se haya involucrado. Así es que las únicas declaraciones que podrán extirpársele provendrán de su autoridad en el ámbito del esqui pureta y el dopaje en las obras de arte.
Ya dijo Álvarez Cascos la pasada semana que de arte hablaba con Bárcenas. Y también explicó que cualquier conflicto que pudiera haber habido con la tesorería del PP habría que reclamársela al tesorero Lapuerta.
Han decidido no hacerse daño Bárcenas y el Partido Popular, como han convenido atribuir a Lapuerta cualquier episodio de financiación ilegal. Tiene casi 90 años y no responde de su salud física ni mental. Por eso ha sido excluido del juicio. Y por las misma razón va a proporcionar al PP su mejor servicio: inmolarse en el silencioso vaivén de su mecedora.
Es una estrategia astuta la del PP, pero no quiere decir que vaya a resultar ganadora, sobre todo porque hay empresarios que han admitido las donaciones y las comisiones, como hay políticos que reconocen haber percibido dinero de la Caja B, más allá de los 45 millones encontrados en Suiza y de los avances judiciales que han desenmascarado la trama.
Bárcenas tiene que desdecirse de toda la responsabilidad que atribuyó a Rajoy. De todas las acusaciones que vertió sobre la jerarquía del partido.
Y tiene que perder los papeles, su papeles, distanciarse de ellos como si ya no fueran su salvavidas, porque han debido ofrecerle uno mejor.