Valls ha resultado un refuerzo fallido de Rivera. Sobre todo por la expectativa con que él mismo lo había entronizado.
Nada que ver con los brochazos que ahora desfiguran el nuevo retrato oficial. Valls el mercenario, el sanchista encubierto. Valls el insumiso. Y el rebelde. El mesías europeísta del antinacionalismo se ha convertido en es señor del que usted me habla.
Así es que la operación Valls ha engendrado un desastre bilateral. Se supone que Ciudadanos sintonizaba con el ex primer ministro francés en el rechazo al soberanismo y a la extrema derecha, pero los pactos de Cs con Vox son tan elocuentes como la predisposición a que el alcalde de Barcelona tuviera las siglas de Esquerra Republicana.
Todo menos Colau, exigía Rivera, así es que la insumisión de Valls ha precipitado una ruptura que relaciona el líder francés -¿dije líder?- con la increíble historia del hombre menguante.
Fue ministro del Interior Valls en Francia. Adquirió también allí los galones de jefe de Gobierno. Aspiró al trono del Elíseo, pero su fracaso en las primarias socialistas ha precipitado una estremecedora caída. Porque lo repudió Macron. Y porque las razones sentimentales lo condujeron a resarcirse como alcalde de su Barcelona natal.
La elocuencia de su fracaso electoral demuestra que Valls gustaba mucho a los intelectuales y muy poco a los votantes. Ha quedado restringido su fuerza municipal a dos concejales. O sea, él mismo y Eva Perera. Esperemos que no se peleen. O que Valls no se haga el encontradizo con Sánchez en busca de un ministerio.