Y apreciando el factor determinante que pueda tener a nuestro favor un líder tan precario. Y tan jeroglífico, pues todavía no sabemos si ha declarado la independencia o no la ha declarado. Y si la ha declarado, que podría ser, cómo la va a declarar otra vez.
Puede que la confusión sea una estrategia. O puede que no lo sea y Puigdemont padezca un estado confusional particularmente contraindicado en situaciones de incendio.
Y no quiero darle pistas al enemigo, pero si yo fuera el otro lado, el otro frente, limitaría al extremo las apariciones de Puigdemont. Porque luego le pasa lo que le sucedió con Jordi Évole. El cruasán de Puigemont no fue la magdalenda de Proust, sino la empanadilla de Encarna.
La tragicomedia catalana, valga la perogrullada, es trágica y es cómica. Particularmente cómica cuando Puigdemont se dirige a la nación. Y lejos de enfervorizarla y transmitirle una cierta épica, la lleva a la anorgasmia. O la desconcierta hablando en inglés.
Y es entonces cuando Puigdemont se convierte en Puigdemonty Python, de tal manera que ya sólo le falta abandonar la Generalitat con un bombín y desplazarse como si fuera el ministro de los andares tontos. Que cualidades no le faltan.