Madrid | (Publicado 10.06.2019 10:01 )
Ya sabemos que es el mejor deportista español de todos los tiempos.Y que lo será siempre. Sabemos que es el mejor tenista en tierra batida de la historia. Dije tierra batida, me gusta más polvo de ladrillo, como dicen los argentinos Y que lo será siempre. Y sabemos que todas estas victorias se han multiplicado no en una coyuntura propicia, o en un vacío de poder, sino cuando ha reinado Federer. El mayor tenista de la historia. Y el más virtuoso e ingrávido de todos.
Nadal ha opuesto a la hegemonía poética del mago suizo toda su fortaleza mental y toda su capacidad de aprendizaje, Ha sobrevivido a su físico de boxeador, a las lesiones, a las presiones psicológicas, al dolor. Y ha ido revistiendo su juego de audacia y de estrategia, más allá de la contundencia o de su ferocidad intimidatoria.
De tanto resistir, perseverar -cuántas veces lo hemos retirado- Nadal ha terminado convirtiéndose en un personaje de Homero. O en aquella criatura mitológica, Anteo, que trituraba como la arcilla la osamenta de los rivales y cuya fuerza se renovaba cada vez que su cuerpo tomaba contacto con la tierra. Nadal contiene la misma energía telúrica. Y se embadurna en la arena de Roland Garros hasta convertirla en pintura de guerra.
Han elegido los espectadores de París el peor enemigo posible. Nunca quisieron a Nadal demasiado. Temieron encontrarse con un dominador, como lo fue Indurain del Tour, pero nunca alcanzarían a sospechar que Nadal alcanzaría dice trofeos de los mosqueteros. Todos para uno. Y uno para todos.