Y quien dice monstruito dice monstruo, pues Roca Rey es joven, 21 años, y parece más joven todavía, pero ya se maneja con arrogancia, carisma, poder. Tiene un aire a Luis Miguel Dominguín, esbelto, provocador, pero al mismo tiempo educado e instruido.
No hemos mencionado aún que es peruano. Y más en concreto limeño. De buena familia. Padre industrial. Una abuela que fue miss universo. Y un padrino que lo ha revestido de prestigio intelectual. El compatriota Vargas Llosa, aunque sería muy restrictivo e impropio resumir la idiosincrasia de Roca en la de una figura aristocrática.
Porque es enormemente popular. Un ídolo de masas en América. Un torero de impresionante tirón en España. Que se lo pregunten a los taquilleros de aquí y de allá. “A mí deme para la de Roca Rey”, solicita al otro lado de la ventanilla el aficionado de urgencia.
Roca Rey. No necesitaba apodo el ídolo peruano. Lo lleva de serie. Imprime carácter la aliteración de sus apellidos. Roca Rey. Y parecen más propicios incluso a la gloria de un boxeador que al repertorio de un torero. Roca Rey. O King Roca, como se le conoce coloquialmente a propósito de su dureza y de sus expectativas de tiranía. Ha empezado a ejercerla desde la arrogancia, desde la personalidad, desde un valor que da miedo pero con el que no se pasa miedo.
Andrés Roca Rey tenía siete años cuando su padre condescendió con que toreara una becerra en su cumpleaños. Y fue entonces cuando empezó el camino de Lima a la cima.