Pero ocurre que Rocío Romero, cordobesa, 19 años, novillera de luces homologada en Vistalegre, quiere ser torero. No torera. Torero. Y no porque sea un varón, sino porque ella misma entiende que el concepto y el poder semántico sobrepasan el debate del género. Mujer y torero a la vez, sin necesidad de hacer trampas.
Las hizo en el siglo XIX La Reverte. Que tuvo que anunciarse como hombre, Agustín Rodríguez, para reaccionar a las prohibiciones, aunque la mayor discriminación se produjo con el franquismo. Las mujeres se podían subir al caballo, pero no pisar la arena. Y tenían que prodigarse de luces en Francia o en ultramar, como hicieron Juanita Cruz y Conchita Cintrón.
Pioneras fueron de la tauromaquia femenina. Predispusieron un cambio de ley que resolvió la discriminación en 1974 y que permitió a la torera Ángela un cierto protagonismo entre los depredadores del escalafón, aunque la mayor figura de la historia ha sido Cristina Sánchez.
Tomó la alternativa en Nimes, en 1996. Y su padrino fue Curro Romero.
Y estaba un servidor muy cerca de la ceremonia. Y acertó, un servidor, a escuchar el parlamento del maestro sevillano. "Cristina, el arte del toreo es el arte de acariciar. Y las mujeres acaricias mucho mejor que los hombres".