Blackwood se titula. Y la protagoniza Uma Thurman. Y ya la hemos visto sus compañeros de La Cultureta. Es un poco nuestra, en cierto modo Blackwood. Aunque sea por lo que vamos a presumir. Porque nuestra, nuestra, no puede ser una película de autor.
El matiz la preserva del contexto y de la coyuntura, pues aunque parezca que Blackwood responde a la moda de los crepúsculos y de los adolescentes de ultratumba, es una película que abre la puerta del más allá para comunicar las musas con los artistas que murieron prematuramente. Y darles la oportunidad de resucitar sobre las alas del diablo.
Es una simplificación, la que estoy haciendo. De la película y de la maestría de Cortés. Entendida la maestría no solo como el virtuosismo de un arte, sino en el sentido afrancesado, la metrise, el trabajo artesanal, la orfebrería, la coreografía de la trama en el vuelo de la música.
Porque Blackwood es una película musical. Que no un musical. Por la partitura abrumadora de Víctor Reyes y porque su melodía, su armonía y su ritmo la convierten en una sinfonía audiovisual que convierte a Cortés también en demiurgo.
Se le tiene cariño y se le respeta al cineasta. Un tipo culto e inteligente. Versátil, polifacético. Original. Iconoclasta y, por la misma razón, incómodo e impredecible. Blackwood por eso es una película de autor. No se la pierdan. Se estrena el 3 de agosto.