Porque Salvini más que una pareja quiere una gobernanta. Siendo él ministro del Interior. Y significándose en una concepción oscurantista de la mujer no menos oscurantista que su concepción del extranjero. El extranjero es el enemigo. Y la mujer debe dedicarse a regar las plantas, cocinar y planchar.
Así aparece Elena Isoardi en los reportajes people que concede la pareja muy enamorada. Ama de casa él. Amo de Italia él, hasta el extremo de haber convertido el ministerio del Interior en el eclipse del primer ministro y del presidente de la República. Seguridad e inmigración, no caben mejores espacios para ejercer la demagogia y el paternalismo.
Y Salvini los interpreta desde la verborrea populista. Nos invaden los extranjeros. Nos quitan el trabajo, violan a nuestras mujeres, se comen a nuestros niños. Y lo aplauden sus compatriotas, no todos, claro, pero sí los suficientes para haber convertido la Liga Norte en la Liga, no un partido estrafalario que aspiraba a la independencia de la Padania, sino un partido nacional que ha consolidado el mensaje del miedo y subvertido la historia de Italia.
Que es la historia de los inmigrantes que poblaron América y Oceanía por las mismas razones que recalan los extranjeros. Y que es la historia de los italianos contemporáneos, pues ahora, ahora, hay más de cuatro millones con pasaporte italiano que residen fuera de esa bota que Salvini se ha ajustado para hacer el paso de la oca.
Se lo han puesto muy fácil los países europeos. La travesía del Aquarius y de otros barcos similares han permitido a Salvini abrillantar la placa del alcaide de Italia. Si queréis extranjeros, os los quedáis. Pero aquí no entran.