Un traidor oficial está considerado Vila por haberse sustraído al martirio que emprendieron Junqueras y los siete samuráis del Govern. Transcurrió una noche en la cárcel, es verdad. Y le "acojonó la experiencia" a semejanza de una película turca, pero la colaboración con la juez Lamela y su oposición a la declaración unilateral de independencia le facilitaron el acceso a la puerta de salida. Había dimitido en la vigilia de la desconexión porque Vila conecta solo consigo mismo.
Es un tipo sofisticado, cosmopolita. 44 años. Buena planta. Habla idiomas. Le casó Puigdemont con un chef brasileño, pero han durado poco los matrimonios. El del cocinero, y el de Carles Puigdemont, de quien se ha distanciado para evitar que le salpicara el esperpento.
No hace tanto tiempo que se pavoneaba como delfín, pero es verdad que lo hacía como exégeta de un fenómeno político que ha ido adquiriendo envergadura en la propia estructura amorfa del procés: el independentismo… no nacionalista.
Resulta paradójico y ambiguo semejante artefacto. Pero define a quienes no participan de los mitos y leyendas identitarias. Quienes no se emocionan con Els segadors. Y quienes veían en la patria catalana la oportunidad de un país más próspero, de izquierdas. El escarmiento judicial y el 155 han roto el encantamiento. Y Vila ha hecho las cuentas: mejor libre en la España de siempre que preso en la Cataluña de nunca.