Indmene no está Santi Vila. De hecho, forma parte de los investigados judiciales, pero su apostasía le previene de un escarmiento. Por eso estuvo dicharachero con la jueza. Y se le puso una fiancilla de 50.000 euros. Eludir la trena y colocarse en una posición de puente entre los moderados y radicales de su partido.
Es un tipo sofisticado, cosmopolita. 44 años. Buena planta. Habla idiomas. Le casó Puigdemont con un cocinero brasileño, pero han durado poco los matrimonios. Ni con el cocinero, ni con Puigdemont, de quien se ha distanciado para evitar que le salpicara el esperpento.
Empezó a hacerlo cuando se precipitaron las fechorías democráticas. Y cuando empezaron emigrar las empresas, pues suya era la cartera de Empresa de la Generalitat y le costaba transigir con la depauperación de la economía catalana. Se iba por el desagüe el Ebro el 35% del PIB.
Y se terminó marchando Vila, más por cálculo político que por compromiso ético, aunque ha liderado empresas tan quijotescas como la defensa de la tauromaquia en Cataluña. Le votaría solo por eso. Y no lo haría tanto si tengo en cuenta que Vila forma parte del movimiento independentista no nacionalista.
Ya sé que resulta paradójico y ambiguo. Pero define a quienes no participan de los mitos y leyendas indentirarias. Quienes no se emocionan con Els Segador. Y quienes veían en la patria catalana la oportunidad un país más próspero, de izquierdas, hasta que les ha desengañado el aislamiento internacional y el esperpento de sus líderes.