Me distingo entre ellos, permítaseme, porque obra en mi poder la camiseta de David Russell, alero zurdo, americano y poderoso. La camiseta original, quiero decir. Se la sustraje a mi hermano mayor cuando la trajo por error después de un entrenamiento.
Jugaba Abel Amón en el primer equipo. Y le confesé la fechoría a final de la temporada, pero deben concedérseme todos los atenuantes, porque la vi refulgir en el tendedero. El número 10 en rojo sobre fondo amarillo. No fue un robo, sino una revelación.
Y un motivo más para mitificar aquellos años de baloncesto puro en el Magariños. Un pabellón más moderno que la Nevera, llamada así por el frío que hacía dentro, pero también porque es el laboratorio a baja temperatura donde todavía siguen saliendo los jugadores de la cantera. Muchos de ellos terminaron en el Madrid –Ramos, Fernando Martín, Herreros, el Chacho Rodríguez- porque el Madrid ha sido en realidad nuestra marca blanca.
Os recomiendo que la visitéis, la Nevera. Tan poco ha cambiado que Garci podría hacer una película de época sin tocar una espaldera ni una silla, aunque es verdad que el parqué se ha desgastado y reluce por el ajetreo de tantos jugadores anónimos. Y de tantos chavales que transitaban de colegio al campo y del campo al colegio –el Ramiro de Maeztu- como si el baloncesto fuera la mayor expresión de la cultura y como si la cultura fuera la mayor expresión del baloncesto.