CON RUBÉN AMÓN

Rubén Amón indulta al ingenuo jugador de lotería: "Sépalo, no va a tocarle la lotería"

Llegan este sábado los bombos de la lotería al Teatro Real con la sugestión de un símbolo totémico. Y como si los niños cantores de San Ildefonso —niños y niñas, de todas las razas, en una dramaturgia encubridora— revistieran de candor y pureza un manifiesto latrocinio institucional.

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Madrid |

Y no aspira uno a convertirse en el señor Scrooge malogrando al prójimo la salmodia de los números mágicos ni la anestesia de la cabalística benefactora, pero conviene desengañar al ingenuo ciudadano de su hipnosis y expectativa: sépalo, no va a tocarle la lotería.

¿Y por qué no va a tocarle, si los angelotes de San Ildefonso, pulquérrimos y atiplados están repartiendo hiperbólicamente el dinero número a número, tolva a tolva, enjaezando los euros a semejanza del maná en la tierra baldía?

No es verdad que la lotería caiga en Leganés o en Valladolid, como acostumbra a decirse en esta tentadora identificación de la ciudad y la administración que ha repartido un número. La lotería no cae muy repartida, sino muy restringida. Y la lotería no tapa agujeros. Que ese es el oficio de los enterradores. La lotería tapa los agujeros del Estado y los oídos de los telespectadores.

Mencionamos al enterrador y se nos aparecen los ministros de Hacienda, tipos facineroso y desgarbados que aprovecha el estupor, los sentimientos y la fe milagrera ajenos para hacer caja. Caja decíamos. Y caja hace el 22 de diciembre, extorsionando a los poquísimos premiados —podría tratarse de figurantes— con un impuesto voraz, añadido, del 20%.

Añadido porque la lotería es en sí mismo un mecanismo recaudatorio y una gran estafa piramidal que organiza el Estado y que envuelve el propio Estado en propaganda de la esperanza, la ilusión y superstición.